Desde la confianza en la conciencia a la fuerza del testimonio
di Carlos Espinoza Becerra *
Foto: OMP España
Muchos temas auxiliares que sirven para una correcta interpretación de la misión están relacionados con el concepto de testimonio. Nuestra reflexión teológica sobre el compromiso misionario, en esta breve contribución, muestra el punto de partida: una confianza en la conciencia cristiana, elemento fundamental en el proceso humano de elegir el bien que nos guía a vivir los valores del Evangelio.
En varias ocasiones el Papa Francisco ha indicado como una necesidad urgente de la Iglesia la posibilidad de "curar las heridas" de los hombres, ha recomendado estar cerca de los hombres, de volverse próximo. El Papa ha reflexionado sobre las complejas situaciones que experimentan los cristianos, sobre todo aquellas consideradas por la Iglesia como “fuera de la norma", que aún hoy siguen causando heridas personales y sociales, indicando la atención a la persona y la referencia al Evangelio como el criterio de acción. Hay que recordar que Dios no sustituye a la gente, sino que la acompaña. En este contexto, hay que evitar una transmisión desarticulada de la doctrina y recordar que las enseñanzas, incluso aquellas teológicas, tienen que ser interpretadas y vividas a la luz de un anuncio de la salvación previo a la capacidad de respuesta de cada ser humano.
No es novedad, en la práctica pastoral y en la teología, la referencia a la circunstancia como fuente de la moralidad, al problema concreto de la conciencia, a la verdad moral que brota del juicio personal, al que se reconoce el ejercicio activo del bien mediante el conocimiento de la razón práctica (1). Hay que decir que hasta la fecha del Concilio Vaticano II, la atención a la situación concreta que vive la persona ha sido entendida casi como una adaptación del bien objetivamente tal a la condición subjetiva. La verdad moral se entiende, a veces, en referencia a un orden objetivo representado por la ley, por lo que en última instancia, juzga la objetividad de la conducta y la conciencia permanece en la posición pasiva de la verdad objetiva.
Los Padres del Concilio Vaticano II han razonado profundamente en el papel activo de la conciencia personal en la determinación de la verdad moral. Lo han hecho hablando de la revelación y de la persona en términos de auto-comunicación de Dios y de vocación de la criatura, del discernimiento como mediación de la voluntad de Dios, de la vocación de la Iglesia como una realidad de comunión, de la libertad religiosa, de la dignidad humana como hijo de Dios (GS nn. 12-22).
Algunos temas del Concilio siguen siendo actuales en el discurso teológico e incluso se han vuelto puntos centrales de la reflexión antropológica. Uno de ellos es la conciencia. La conciencia del hombre, no sólo de aquellos que creen de forma explícita y no sólo de los cristianos, la podemos encuentrar en su historicidad, un lugar de relación íntima con una "voz" que lo pone a prueba y lo llama a entender lo que es bueno y a responder con libre responsabilidad.
Aquí es necesaria la objetividad porque quien cuestiona la autoridad y responsabilidad de una persona no puede ser simplemente la opinión de alguien, la opinión de la gente, la manipulación autoritaria, sino que se trata de objetividad siempre mediada por sujetos. Por lo tanto siempre es necesario el ejercicio del discernimiento de lo real como un compromiso humano esencial. Somos humanos porque somos capaces de comprender la oportunidad de responder, intervenir en las relaciones e incluso dirigirlas. Preparar, desarrollar y emitir un juicio de conciencia, significa entonces aquello que el hombre debe hacer o no hacer en una situación determinada (2).
Si aceptamos el presupuesto que para el discernimiento es necesario un conocimiento de los valores y de las posibilidades humanas, entendidas siempre en las culturas históricas y en situaciones concretas, entonces podemos hablar de juicio de la conciencia. Reconocer la dignidad de la conciencia ha comprometido a supervisar la unidad personal de formación de la conciencia y de libre responsabilidad, con el aporte de la experiencia, bajo forma de sabiduría humana, no sólo de los sucesos pasados, sino también del presente. Llevar a cabo la tarea de discernir significa entonces desear conocer la parte humana de la historia, con la llamada hecha por el bien y el valor de la libertad en sí misma (3).
Es aquí donde se cruzan estas vías, porque para llegar a conocer al hombre sirve la comunicación y para comunicar hay necesidad de conocer al hombre. Recuerdo ahora la conclusión de la reunión de los obispos responsables de las comunicaciones sociales y portavoces de las Conferencias Episcopales de Europa que se celebró en Glasgow del 16 al 19 de noviembre de 2016: "En un tiempo marcado por un fuerte individualismo, donde la persona, sus deseos y sus emociones, se convierten en la medida de todas las decisiones y las comunicaciones, el testimonio, personal y coherente de sus convicciones, parece ser el medio más importante y eficaz para decir quienes somos y en lo que creemos. En la comunicación eclesial, el testimonio es, de hecho, el primer valor con el que la Iglesia puede y debe comunicar".
El testimonio, así concebido se convierte en medio y contenido. En palabras del Papa Francisco, podemos decir que "en la vida del cristiano hay un “testimonio doble": el del Espíritu que"abre el corazón" que muestra a Jesús, y el de la persona que "a través del poder y la fuerza del Espíritu" anuncia "que el Señor vive". Un testimonio que se debe dar "no tanto con palabras", sino con la "vida", incluso sabiendo "pagar el precio" de la persecución". "El cristiano, con el poder del Espíritu, da testimonio de que el Señor vive, que el Señor ha resucitado, que el Señor está entre nosotros, que el Señor celebra con nosotros su muerte, su resurrección, cada vez que nos acercamos al altar”; y lo hace "en su vida diaria, con su forma de actuar." (4)
De este modo, hablar de la fuerza del testimonio significará aceptar que uno actúa después de pensar de tener un conocimiento concreto. Tengo confianza en mi conciencia, y elijo el bien y al hacerlo preparo un comportamiento que será inmediatamente testimonio, con la comunicación primordial que tengo a la mano, es decir, mi vida y sus valores.
En la reunión en Glasgow que se ha mencionado antes, también se señaló que “todas las comunicaciones son siempre transmisiones de valores”, así vemos que "es en la capacidad de crear relaciones, comenzando por el escuchar al otro, en el testimonio de nuestras creencias más que en la proclamación de principios, y en nuestra creencia en la verdad, que es Cristo, donde se realiza la verdadera comunicación eclesial".
Discernir por el bien que conviene, elegir lo que es bueno, reconocer los valores que guían nuestra vida contará entonces con la confianza en la conciencia para poder, después de una cierta experiencia de la vida, actuar y así reconocer la fuerza del testimonio.
Si en este proceso Dios parece estar ausente, o si por alguna razón se mantiene en el hombre una actitud religiosa o espiritual, no se dirige ahora a una realidad trascendente como absoluto, sino que se refiere a una realidad inmanente a la que el hombre se somete idolátricamente y paga reverencia. Así que el testimonio adquiere un lugar preferencial en la reflexión teológica, desde el Concilio hasta el momento, todo lo que se refiere al testimonio adquiere una importancia tal que se puede hablar de la naturaleza polisémica del término en la conciencia eclesial. Esta es la razón por la que cada vez que se utiliza este término en el ambiente teológico-pastoral se muestra, de alguna manera, su peso antropológico como el ético, que implica la coherencia entre la creencia y la acción; la naturaleza de la revelación y su transmisión en el cuerpo eclesial; la referencia a la totalidad de la misión evangelizadora y de sus actividades que la constituyen. Para ilustrar este aspecto es suficiente indicar la cantidad y diversidad de publicaciones que han estudiado este término sólo en el magisterio post-conciliar y muy concretamente en los cuatro documentos de temas misionológicos (decreto conciliar Ad Gentes, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, carta encíclica Redemptoris missio, y la exhortación apostólica Evangelii gaudium).
(1) D. ABIGNENTE - S. BASTIANEL, Le vie del bene. Oggettività, storicità, intersoggettività, Il Pozzo di Giacobbe, Trapani 2009
(2) FUCHS, “L’assoluto nella morale”
(3) D. ABIGNENTE, “Discernere per decidere”
(4) Meditazione mattutina nella cappella della Domus Sanctae Marthae, Lunedì, 2 maggio 2016
* nota sull'autore
Redattore dell'Agenzia Fides